2 de Febrero de 2011 - 09:10:13 - Pedro García Luaces - 0 comentarios
El 2 de febrero de 1592 moría en su retiro-prisión de Pastrana la princesa de Éboli, una de las personalidades más fascinantes de su época. Su caída en desgracia discurre paralela a la de su cómplice, y posiblemente amante, Antonio Pérez, con quien tramó y confabuló, perjudicando al rey Felipe II y a su hermanastro don Juan de Austria.
Ana de Mendoza y la Cerda era la hija única del príncipe de Mélito, Diego Hurtado de Mendoza, nieto del gran cardenal Mendoza, un hombre mujeriego y áspero que no dio buena vida a su esposa, Catalina de Silva, condesa de Cifuentes. La pequeña Ana creció al lado de su madre, mujer culta y algo obsesionado por un misticismo de postín. Dicen que fue durante aquellos años cuando la joven perdió el ojo derecho en unas prácticas de esgrima, aunque es posible que el parche que adornaba su rostro y le añadía misterio fuera para tapar un defecto de estrabismo. Lo que es seguro es que Ana de Mendoza se convirtió muy pronto en una muchachita de gran belleza y elegancia, «algo chiquita» y de carácter orgulloso, dominante e impulsivo.
A los trece años el príncipe de Éboli, Ruy Gómez de Silva, privado de Felipe II, se fijó en ella. El propio rey puso gran énfasis en lograr el enlace, que no pudo consumarse hasta seis años después debido a que el cuerpo de la joven aún no estaba formado. Gómez de Silva, mucho mayor que ella, ejerció quizás de esposo y padre, dándole estabilidad al tiempo que ella respondía con diez hijos. Otra cosa sería al morir el marido. En un alarde de teatralidad quiso ingresar en un convento, pero lo hizo acompañada de sus damas y doncellas, imponiendo su propio horario de visitas y revolucionando en suma a las novicias. Apenas ingresó, la superiora había exclamado: «¿La princesa monja? ¡Ya doy la casa por deshecha!». Santa Teresa de Jesús, que ya conocía a Éboli, le había comentado al monarca que más le valdría a la princesa ocuparse de sus hijos.
Con la viudedad la princesa destapó su verdadero carácter, amiga de fiestas y devaneos, intrigante palatina y compinche del secretario real, Antonio Pérez. Éboli puso sus encantos al servicio de sus ardides, tratando de ganarse a don Juan de Austria y al propio monarca, de quien pudo ser amante ya desde joven.
Otras efemérides de este día:
506: Alarico promulga la Lex Romana Visigothorum o Breviario de Alarico.
1208: Nace Jaime I el Conquistador.
1653: Nueva Amsterdam, más tarde denominada Nueva York, adquiere la categoría de ciudad.
1852: El sacerdote Martín Merino trata de apuñalar a Isabel II.
1882: Nace el escritor irlandés James Joyce, y el mismo día de 1922 se publicaría la novela Ulises.
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